Se me asomó el rostro de las palabras,
me sentía firme y seguro de lo que quería,
desde aquel día las alojé dentro de mi,
decidí y elegí ser un mayor con ímpetus de niño,
barbas blancas,
piel de armiño,
una voz portadora de mensajes vivos,
cuando las acaricio y siento las palabras,
me doy cuenta que tienen rostro,
me miran ansiosas por aparecer en el papel,
y mi mano las va ordenando para formar ideas e imágenes,
las palabras son la melodía de mi alma, por eso las cultivo como plantas en el jardín de mi
inspiración,
con las palabras podemos crear mundos cercanos,
universos paralelos,
con las palabras somos creadores por naturaleza,
ellas son nuestro refugio y nuestras compañeras,
nos acompañan como el angel de la guarda de noche y de día,
con las palabras la vida se llena de colorido y belleza,
¿Que sería de nosotros sin las palabras?
El divino creador sembró en nuestras gargantas el athanor de donde salen las palabras,
por la saliva salen como barquitos,
les gusta reunirse en el puerto de la tertulia,
donde cada participante las condimenta con los giros literarios,
les da sabor,
y al ingerirlas en nuestra memoria se convierten en archivos biográficos para producir las letras
que salen a otros puertos,
traducidas en otros idiomas,
la conciencia universal de los pueblos la constituye las palabras,
con su rostro amarillo, blanco, negro, rojo,
las palabras son mágicas,
abren puertas, ventanas,
y dejan ver el brillo que sale de cada corazón cuando se pronuncian con amor,
haciendo parte de esta orquesta inefable,
donde se ejecuta el concierto universal de las almas,
y en donde confluye el espíritu que anima el rostro de las palabras en cada garganta que las
gesta,
nacimos tratando de darles forma, giglos, gestos, sonidos guturales,
hasta conformar un alfabeto que identifica una raza una cultura, confluencias patronimicas
establecen el rostro de las palabras que se quedó viviendo eternamente en nuestro idioma.